Lolo o la Atalaya de Villalba

Existe un lugar, en los inicios de la Serranía de Cuenca, donde los cañones recortados no están en escopetas sino en bellos paisajes de la naturaleza entre los que transcurre el Júcar. Existe una noria enorme donde no te subes a ella y das vueltitas, sino que recoge el agua del río para llevarla a todos los huertos de los vecinos. Allí la puedes ver, espectacular, junto a las gallinas de los huevos azules. Existe un lugar en Villalba de la Sierra donde la plaza donde se reunen no es una plaza, sino un espacio entre casas donde los vecinos han puesto un par de mesas y así disfrutan todos de sus encuentros tras el paseo, cuando queda poco para que el sol se esconda. Existen junto al pueblo unas piscinas que no necesitan ni cloro ni depuradora para estar limpias, sino que el propio río las forma y se encarga de su cuido para que no le falten bañistas. Y existe un lugar en la Atalaya de Villalba que está habitada por unos duendes del saber estar, ser y parecer.

En los primeros tiempos de encerramientos y miedos, allá por marzo, Lolo era un cachorro más de esos que han nacido y necesitan hogar donde acomodarse. Lo acogí y busqué familia. En un primer momento el interés por él parecía el habitual, personas buenas que buscan mascota, pero con el lento paso de los días se convirtió en un símbolo para quienes poco piden y mucho dan; una abuela que empieza a notar los efectos de la edad y lo que no es la edad, lo esperaba impaciente y emocionada y lo recibió con uno de esos gestos que te hacen sentir que harías el viaje una y cien veces más, sólo por volver a ver su rostro iluminado. Un abuelo de los de gesto sonriente, pendiente de su mujer para que no le pasa nada, y del que puedes aprender mucho si te detienes a escucharle, fue el primero en subir del pueblo a verlo tras su llegada la madrugada anterior. Un hostelero bonachón y de gesto amable y sincero, de trato fácil y preocupado por la situción tras borrarse el mes de abril y siguientes del calendario, le preparó todo lo necesario para que se sintiera querido y cuidado desde el principio. Un par de hermanos que veían a los perritos de los demás y suspiraban por el suyo propio, con los que da gusto estar, lo pasearon orgullosos por todas las calles hasta el mismo río, y unos vecinos contagiados de la emoción de la espera durante meses, -¿Ánda, ya ha llegado? – sonreían al verlo por fin con ellos, al encontrarse con él.

Y luego está ella, la encargada de que todo encaje, de que todo esté perfecto, la madre nosobreprotectora de unos niños estupendos, que educa con cariño y esmero sin despeinarse, la hija pendiente que vela por la madre y enmienda al padre con dulzura si cree que se le desmanda un poco (nada de torreznos que son secos y te pueden dañar la garganta, mejor unas patatas o unas aceitunas, papá), la esposa ideal que tendrá sus cosas pero no alcanzas a verlas, que sigue teniendo ese brillo en la mirada cuando le ve o comenta algo sobre él, y la regenta de un complejo de casas de turismo rural que cuida con mimo y al que no le falta detalle, que esperaba a Lolo por los demás pero sospecho que al final se dará cuenta de que es a la que más falta le hacía.

Y así las cosas, Lolo, el cachorro distinto a sus ocho hermanos, el especial, el guapo, el gracioso, el sensible, el juguetón, y el que más me ha impactado de todos los acogidos por mí, se ha convertido en algo más que un perrito. Y he tenido el privilegio de tenerlo conmigo un tiempo, de emprender con él el viaje hasta su destino, y de conocer el lujo de espacio donde va a vivir y a las personas ideales con las que cumplirá su Leyenda Personal.

ESCUCHADO AYER

Voy a ducharme que ahora me lo traen.

Y la abuela se vistió y arregló para él. Y salió a la ventana que da a la calle a recibirlo. Él se quedó sentado muy quieto en el alféizar, erguido para que llegase, mientras ella lo acariciaba una y otra vez mientras comentaba lo de su chichón. Él no entendía por qué un trozo de cristal separaba sus cuerpos, ni por qué hablábamos guardando las distancias, y de vez en cuando intentaba alcanzarla. Yo me retiré y derramé tres lágrimas, una por ella, otra por él, y otra por mí. Y me volvió la sonrisa al volver a verlos.

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